Sala de Prensa

28 septiembre, 2021

‘Start up’ y patentes, una unión que no termina de cuajar

Noticia publicada en Expansión con la opinión de Cristina Villasante y Carlos Rivadulla, socia y manager de ECIJA.

Existe una falta de cultura por patentar tecnologías y productos entre las firmas emergentes españolas. ¿Las razones? El desconocimiento, la prisa por salir al mercado y el coste en tiempo y dinero que supone este proceso.

Mimcook es el primer robot capaz de hacer paellas, gracias a un proceso capaz de automatizar los tiempos y los fuegos para que el arroz quede en su punto. La tecnología de este ingenio, que se puede ver desde la calle en el restaurante Belbo Piropo en la plaza de Santa Ana de Madrid, está patentado con el fin de protegerlo y evitar posibles copias.

Un propósito que también se aborda en Olimaker, firma que ha desarrollado una microalmazara para hacer aceite en casa, dirigida a particulares y a pequeños olivicultores. Vendría a ser como una Nespresso del aceite, según definen Luis Serrano y Rafael Ibáñez, los empresarios artífices de este producto, que están a punto de comenzar a comercializar. El esfuerzo hasta lanzarlo ha supuesto más de cuatro años de trabajo y una inversión en I+D de 1,2 millones de euros. «Hemos realizado varios prototipos de la máquina y el cuarto lo tenemos registrado como modelo de utilidad», explica Luis Serrano, quien añade que el próximo paso será la obtención de la patente para poder empezar a vender la microalmazara en España y en Europa.

Más de diez patentes tiene ya Wallbox, firma de cargadores para vehículos eléctricos, logradas por su fuerte apuesta por la I+D, a la que destina el 50% de sus gastos anuales. La tecnología de esta compañía, que prevé empezar a cotizar en la Bolsa de Nueva York a finales de 2021, ha sido reconocida a nivel mundial.

Son algunos ejemplos de start up concienciadas con el valor de patentar sus productos, algo que no está muy extendido en el panorama emprendedor español. «En EEUU y China ninguna compañía desarrolla un producto innovador y no lo patenta», explica Patricia Ramos, directora de patentes de Pons IP, firma que asesora a las compañías en la solicitud de estos títulos. «Una de las explicaciones de esta falta de cultura aquí es que las firmas emergentes quieren salir pronto al mercado, divulgar sus ideas y crecer. Si ya se ha dado a conocer un producto no se puede patentar», advierte.

Altos requisitos

Patentar antes de divulgar es uno de los requisitos para que una compañía obtenga este título que protegerá un producto, un aparato o una tecnología en España, en otros países o a nivel mundial según el modelo que se pida. Se requiere, recuerda Ramos, un estudio previo: «En él se verá si ya existe algo similar en la competencia o en otro país, si realmente es innovador, si hay actividad inventiva y tiene aplicación industrial».

Unas exigencias que se rebajan en el caso del modelo de utilidad, popularmente conocido como hermano menor de la patente, dirigido a innovaciones con mejor rango inventivo, pero con el mismo fin de blindar frente a las copias. Existe una mayor agilidad en la concesión entre uno y otro: una media de 48 meses en el caso de la patente, desde su solicitud, y de 15 para el modelo de utilidad. Este último, señala Ramos, «puede ser una buena opción para firmas como start up, que tienen un producto innovador pero no cumplen los condicionantes de las patentes». Además, no se exige pasar un examen previo como sí se pide para la patente. Otra vía de protección de estos activos intangibles es el secreto industrial.

A pesar de la escasa conciencia por proteger la innovación en España, 2020 supuso un cambio de tendencia en relación con ejercicios anteriores. La pandemia hizo que la actividad inventiva creciera con un aumento del 20% de solicitudes de protección de productos como mascarillas, geles antisépticos, guantes y cualquier otro material médico o de protección frente al virus, según la Oficina Española de Patentes y Marcas (OEPM). Queda demostrado que en situaciones de emergencia, como la vivida, el ingenio se dispara. La cifra de patentes nacionales solicitadas fue de 1.483, un 9,2% más que en 2019, lo que eleva a 28.024 el número en vigor hasta diciembre de 2020. Sin embargo, la concesión de estos títulos cayó un 51%.

En cuanto a los mayores solicitantes volvieron a ser centros públicos como el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la Universidad Politécnica de Madrid y el sistema sanitario de salud de Andalucía. Seat y la firma de electrodomésticos Cecotec fueron las dos compañías que más títulos pidieron el año pasado. Un escenario que difiere de países como EEUU y China en los que las mayores solicitantes son las empresas privadas.

Inclinar la balanza

Desde la OEPM ven más ventajas que desventajas para que una start up se conciencie. «Es cierto que registrar implica un coste en tiempo y dinero para estas empresas, que suelen requerir de la ayuda de expertos para redactar las formalidades de la solicitud, al igual que se pueden necesitar para hacer la declaración de la renta. Pero resulta más caro no tener registrada la innovación frente a plagios y uso indebido por parte de terceros, de manera que se desvanecen los esfuerzos realizados en I+D+i», insisten desde el organismo. «Muchas start up no entienden la finalidad del registro, lo que requiere una mayor sensibilización y mayor conocimiento de las herramientas disponibles para integrar los derechos de propiedad industrial (PI) en la estrategia empresarial».

En ECIJA las compañías emergentes también pueden encontrar asesoramiento en la petición de una patente u otro registro. Carlos Rivadulla y Cristina Villasante, manager de TMT y socia de TMT del despacho ven en el coste un gran freno para estas firmas, de pequeña estructura y escasos recursos. «Supone uno de los principales problemas, sobre todo si lo que se busca es la protección no solo a nivel nacional sino en toda la UE, en EEUU o a nivel internacional», subrayan estos abogados. Las tasas que deben abonar son bastante elevadas y los trámites de solicitud se pueden alargar mucho en el tiempo.

El desconocimiento es otro de los frenos que perciben. «Son muchas las start up que se acercan al despacho con una idea errónea sobre la protección de sus activos intangibles, dado que consideran que la única vía que tienen es mediante el registro como patente», explican. Y pone un ejemplo muy concreto: muchas de ellas quieren registrar el software que han desarrollado, un producto que carece de los elementos necesarios para ser protegido. Por ello, es clave un análisis detallado del producto y ver las modalidades de registro. «El no poder patentar un producto no implica que el mismo no sea susceptible de protección», defienden Rivadulla y Villasante.

Una inversión que funciona

Para Clara Pombo, directora corporativa de IP de ClarkeModet, es una cuestión de no ver la patente como una inversión que «manejada estratégicamente, puede convertirse en una importante fuente de ingresos para la empresa». Un aspecto, añade, «aún más importante en las start up, que suelen ser organizaciones basadas en un componente altamente innovador y tecnológico y para las que la protección otorgada puede ser crítica en la viabilidad del negocio». Vuelve a insistir en la falta de conocimiento sobre lo que se puede patentar y lo que no, y ve en el secreto empresarial como una interesante vía para la que bastan políticas y medidas de seguridad internas que garanticen la confidencialidad.

Evitar errores

Uno de los errores habituales es dar a conocer el producto antes de proteger. Si está ya en el mercado no se puede patentar. Otro de los problemas es compartir información: si se facilitan datos valiosos se pierde la confidencialidad de la idea, lo que impide protegerla. Hay que mirar al mercado y revisar lo divulgado anteriormente en cualquier parte del mundo. Evite sorpresas sobre la originalidad o novedad de un producto o tecnología.

Un gran paso para muchos niños

«Ver la sonrisa perenne en la cara de los niños hace que todo merezca la pena», afirma Elena García Armada, fundadora de Marsi Bionics. El equipo que lidera esta ingeniera industrial ha sido capaz de desarrollar el exoesqueleto ‘Atlas 2030’, basado en tecnología robótica que interpreta la intención del movimiento, devolviendo la capacidad de caminar a niños con enfermedades neurológicas.

La idea surgió, relata García, durante una investigación en el Centro de Automática y Robótica, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y de la Universidad Politécnica de Madrid. Varios hospitales públicos y privados ya emplean esta estructura que se acopla al cuerpo del niño para su rehabilitación, que ha sido distinguido con varios reconocimientos de la comunidad científica por su alto valor médico. El exoesqueleto está patentado y, además, el pasado mes de mayo logró el marcado CE de la Agencia Española del Medicamento y Producto Sanitario que permitirá su comercialización en España y en Europa.

Mascarillas que deja respirar

La escasez de material sanitario, como las mascarillas, vivida durante los meses de pandemia, llevó al equipo liderado por José María Lagarón, fundador de Bioinicia, a ponerse manos a la obra. Esta ‘spin off’ del CSIC desarrolló el año pasado una tecnología en tan sólo mes y medio para fabricar un innovador filtro para mascarillas a partir de nanofibras. Patentó este producto y se comenzó a fabricar en la planta que se levantó en Paterna (Valencia), con una capacidad de producción de 11 millones de filtros al mes y una inversión de tres millones de euros. «Se mandan a dos fabricantes españoles que los incorporan en sus mascarillas», comenta Lagarón.

Los productos de Bioinicia, con modelos para niños y adultos, son fácilmente reconocibles, ya que llevan el nombre del CSIC y de Proveil, la innovadora tecnología desarrollada por la compañía, «con una filtración mecánica a través de un material más fino y ligero, permitiendo así mayor confort», asegura Lagarón. En resumen, facilita que se pueda respirar mejor con esta mascarilla. «Además, es biodegradable y se puede desinfectar con ‘spray’ alcohólico», añade este investigador.

¿Se puede predecir el éxito de una ‘start up’?

Francisco Martín cuenta que se puede predecir si una ‘start up’ tendrá éxito o no analizando datos como los años de experiencia de su fundador a través de la tecnología del apredizaje automático (‘machine learning’). Fue uno de los casos de uso que en 2016 lanzó BigML, compañía fundada por este empresario, a través de una ‘joint venture’ con Telefónica Open Future denominada PreSeries. En los años siguientes la compañía española, con equipos en 14 ciudades de varios países, ha ido adentrándose en otros ámbitos en los que el ‘machine learning’ puede aportar mucho valor. «Uno de nuestros clientes es el banco Rabobank, que utiliza nuestra herramienta para detectar fraudes en las transacciones, como el blanqueo de capitales», explica Martín desde Oregon (EEUU), donde reside desde hace años. «Otra de las utilidades es la gestión del volumen del tráfico en las autopistas o poder enseñar a disparar con mayor precisión a las fuerzas aéreas de EEUU», señala Martín. «Tenemos seis patentes concedidas para varias aplicaciones. Es algo imprescindible si vas a operar en EEUU, como es nuestro caso. Aquí las exigencias de contar con estos títulos son mucho más altas que en Europa», asegura.

Ver al milímetro un protector solar

Irene Zaldívar, CEO de AD Particles, explica que la compañía surgió en 2011 como ‘spin off’ del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). «Se estaba investigando el comportamiento de las nanopartículas y qué aplicaciones podían tener», explica esta doctora en bioquímica. El equipo de profesionales, con un alto perfil tecnológico e investigador, desarrolló un proceso de producción de estas partículas mínimas y su utilidad en sectores como la cosmética, que se encuentra patentado para España y otros países europeos, y registrado como secreto profesional. El resultado es que con ellas se pueden obtener filtros solares de origen mineral, que incrementan la protección de la piel frente al sol. «La procedencia mineral de estos filtros tiene más ventajas que los químicos que habitualmente se utilizan en las cremas solares. Son más saludables para la piel y hacen un efecto pantalla. Además, no penetran en la piel, evitando posibles alergias o reacciones», afirma Zaldívar. Además de la patente, AD Particles está registrada por la FDA (la agencia del medicamento de EEUU) para la comercialización de sus productos en aquel país.

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Cristina Villasante