«El precio de la privacidad», columna de Ignacio González de Aledo, abogado de ECIJA, para Bez.
A Facebook y a WhatsApp no les interesa el contenido de los mensajes que enviamos ni si hemos creado un grupo para organizar una fiesta de cumpleaños. La cosa va más allá. Datos agregados y estadísticas, comportamientos y tendencias de los usuarios… en definitiva, información. Información que en el sector publicitario vale oro.
Hace unas semanas saltaban las alarmas: los términos de servicio y la política de privacidad deWhatsApp cambiaban, y los usuarios debían decidir si querían compartir los datos que albergaban en dicha aplicación con la red social Facebook, tras la fusión de ambas compañías allá por 2014. Según WhatsApp, los números de teléfono no iban a ser compartidos en Facebook o con terceros, ni tampoco iban a venderse o a compartirse con anunciantes. Entonces, ¿para qué quiere WhatsApp nuestros datos? La respuesta es más simple de lo que parece. Se trata del famoso big data.
A Facebook y a WhatsApp no les interesa el contenido de los mensajes que enviamos ni si hemos creado un grupo para organizar una fiesta de cumpleaños. La cosa va más allá. Datos agregados y estadísticas, comportamientos y tendencias de los usuarios… en definitiva, información. Información que en el sector publicitario vale oro.
Alemania fue la primera en denunciar esta práctica, prohibiendo a Facebook el traspaso de datos de WhatsApp, y nuestra Agencia de Protección de Datos parece estar también investigando el asunto. Pero alguien más ha entrado en el juego de la privacidad:la Unión Europea, que ha pedido a la empresa de Mark Zuckerberg que deje de intercambiar datos de los usuarios hasta que se confirme que ofrece garantías legales suficientes.
Pero traslademos el debate a los usuarios, a esos usuarios que ya no saben comunicarse si no es por WhatsApp y que siguen publicando en Facebook las fotos de sus últimas vacaciones en la playa. ¿Cuánto están dispuestos a pagar por estos servicios?
La realidad es que no es difícil ver a personas con un iPhone valorado en 700 euros quejándose de los 79 céntimos que cuesta descargarse WhatsApp. Porque hemos asumido que WhatsApp tiene que ser gratis.Pero que sea gratis, económicamente hablando, no significa que no tenga un precio: la información que proporcionamos.
Lo planteo desde otro punto de vista. Si WhatsApp nos permitiera utilizar sus servicios bien sin pagar dinero, pero aceptando que se compartan nuestros datos con Facebook, o bien pagando 10 euros al mes, pero sin que se produzca ese traspaso de datos, ¿con que opción nos quedaríamos? Lejos de ser adivino, apuesto a que la gran mayoría de los usuarios elegiría la primera opción. Y es por una simple razón. Nos hemos acostumbrado a no pagar nada por WhatsApp (ni por Facebook), pero no nos hemos dado cuenta de que en este caso el precio no se paga en euros, sino en datos.
Toda cesión o comunicación de datos, incluso entre empresas del mismo grupo, requiere el consentimiento del usuario. Y esto es lo que precisamente cuestiona la Unión Europea. No se fía de WhatsApp y no le vale la manera en la que está recabando el consentimiento de los usuarios para este traspaso de datos. Quiere saber qué datos se van a obtener, para qué se van a utilizar y a quién se van a enviar. Quiere proteger la privacidad de los usuarios frente al monstruo creado de la fusión entre WhatsApp y Facebook. Y nos quejábamos de todo lo que Google sabe sobre nosotros.
Pensémoslo una vez más, ¿por qué WhatsApp es “gratis”? Evidentemente, no se trata de una obra de caridad de unos señores de Silicon Valley. Se trata de información, de big data y, en consecuencia, de poder. Poder para crear perfiles, patrones y tendencias que permitan conocer nuestros gustos y ofrecernos productos que, aparentemente resultarán de nuestro interés.
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