‘Muy Segura’ en colaboración con Women in a Legal World (WLW), organización sin fines de lucro nacida en España, cuyos miembros son mujeres profesionales del sector legal, publica una entrevista a Cristina Llop, socia de ECIJA Zaragoza.
¿Qué hitos destaca en el transcurso de su trayectoria profesional? ¿Qué es lo más importante que le han enseñado?
Comencé mi andadura profesional, como creo que casi todos los compañeros, sin saber muy bien hacia dónde iba ni hacia dónde quería ir. Lo único que tenía claro era mi vocación por la abogacía; si bien a partir de ahí, todo eran incógnitas. Hay que tener en cuenta que cuando yo empecé, y no hace tanto, no teníamos tanta información ni posibilidades como los que empiezan ahora su andadura. Nos conectábamos por la línea telefónica a internet, nos cobraban por minuto que estabas conectado, tardaba diez minutos en cargar cada página y se te cortaba cuando por fin accedías a ella.
Poco a poco, me di cuenta de las carencias de las que adolecía la profesión y que éstas no se iban a solucionar solas; tampoco creí que una única persona, desde la soledad de su despacho, pudiera promover la evolución necesaria. Así pues, di un paso adelante y entré en el mundo institucional. Primero, en la Agrupación de abogados jóvenes de Zaragoza. Después, en la Confederación española de abogados jóvenes como su Presidenta. Y de ahí, a consejera electiva del Consejo General de la Abogacía Española.
Mi perfil institucional me ha enseñado multitud de cosas, si bien, quizás, las más relevantes son que juntos somos más fuertes; que solo desde un colectivo con intereses comunes se pueden materializar nuestras reivindicaciones. Y que no importa el fin que busques, los medios importan, y mucho. No puedes perder tu identidad. Debes ser fiel a lo que te define y defiendes.
Durante este periplo institucional, se cruzó en mi camino el despacho Écija. Nunca había pensado tampoco en asociarme ni entrar a formar parte de un “gran despacho”, como se les llama. Los despachos “de provincias”, como dicen, suelen tender a estructuras más pequeñas. O tendían. Y en esas estaba. Si bien el entusiasmo de Hugo Écija y Alejandro Touriño en su proyecto de despacho me convenció de algo que, sin duda, ha sido una de las grandes decisiones de mi vida.
¿Aprendizaje? Todo, pero principalmente que cuando te asocias con compañeros, tus decisiones deben responder a dos máximas: la humildad y la generosidad. Humildad para advertir tus limitaciones y saber delegar; y generosidad para reconocer que los triunfos, la mayoría de las veces, no son solo de uno mismo.
¿Por qué su apuesta por el sector jurídico? ¿Qué valores considera que se desprenden del trabajo en este mercado, dada su dilatada experiencia dentro del mismo?
Mi padre es abogado. Digo es porque quien opta por esta profesión, aunque lleve años jubilado (se jubiló justo al acabar yo la carrera), morirá siendo letrado. Nunca pensé que seguiría sus pasos. Tenía el despacho en casa y veía su dedicación a los clientes y el poco tiempo que podía destinar para sí. Aun con todo, pensé que estudiar derecho me abriría puertas, me serviría para saberme defender en una sociedad cada vez más “legalizada”. Al principio, opté por la opción más útil.
No obstante, para mi sorpresa, la práctica del derecho me resultó apasionante. Cada caso es distinto. Te obligas a mantenerte siempre reciclada, ágil en la respuesta. La práctica enseña a identificar los problemas y a ordenarlos y simplificarlos. Y sobre todo, te reporta muchas satisfacciones; no hay nada comparable con la sensación de ayudar a quien necesita de tu consejo.
Efectivamente, hay casos que no trascienden a la vida del cliente. Son temas meramente económicos que pueden no afectarle sustancialmente, si bien hay otros que pueden marcar la vida de una persona, de su familia; y cuando consigues que converjan justicia material con justicia real es la sensación más plena que se puede tener.
Ese último fin de servir a la justicia, aunque suene utópico, es el que me llevó a decantarme por la abogacía.