Sala de Prensa

3 agosto, 2022

‘Greenwashing’ en la UE

Tribuna de Víctor Moralo, socio de ECIJA, en La Vanguardia.

El “greenwashing” es una forma de propaganda pseudo-ecologista, en la que se realiza marketing verde de manera fraudulenta. Se busca promover la percepción de que los productos, objetivos o políticas de una organización son respetuosos con el medio ambiente con el fin de aumentar sus beneficios, cuando realmente no lo son.

En la nueva Taxonomía de la Unión Europea, la Comisión ha presentado un acto delegado complementario sobre el clima a fin de acelerar la neutralidad climática del 2050, que incluye etiquetar el gas y la energía nuclear como energías sostenibles. El Parlamento lo ha confirmado recientemente.

Efectivamente, la Hoja de Ruta para la neutralidad climática requiere importantes inversiones públicas y privadas en energías que, una vez etiquetadas “taxonómicamente” como verdes, se asume que contribuirán al objetivo neutralidad climática y, por tanto, tendrán un acceso a una financiación preferente por estrictos motivos ambientales. Europa asume que necesita de estas tecnologías y recursos para hacer la transición hacia el escenario deseable basado en las energías de fuentes renovables, que son las únicas sostenibles “sensu estricto”. Incluir el gas y la energía nuclear en una taxonomía que permite etiquetarlas transitoriamente como verdes, a nuestro juicio, es una clara acción de greenwashing objetiva y evitable.

El texto de la norma establece requisitos claros y estrictos —con arreglo al artículo 10, apartado 2, del Reglamento de taxonomía— que deben cumplirse para añadir con carácter transitorio las actividades del gas y la energía nuclear a las ya contempladas en el primer acto delegado sobre mitigación del cambio climático y adaptación al mismo, aplicable desde el 1 de enero de 2022.

«Incluir el gas y la energía nuclear como verdes es una clara acción de greenwashing objetiva y evitable»

Dichos estrictos requisitos son: tanto para el gas como para la energía nuclear, que contribuyan a la transición a la neutralidad climática; para la energía nuclear, que cumpla los requisitos de seguridad nuclear y medioambiental; para el gas, que contribuya a la transición del carbón a las energías renovables. A todas estas actividades se aplican requisitos adicionales más específicos que figuran en el acto delegado complementario que fue presentado hace unos días.

Pues bien, en la votación celebrada el pasado 6 de julio en Estrasburgo, el hemiciclo de la UE rechazó presentar objeciones frente al polémico acto delegado sobre la taxonomía adoptado por la Comisión Europea meses antes. La inclusión de ambas energías en el grupo de tecnologías de transición, es decir, como aquellas que no pueden ser reemplazadas todavía por otras tecnologías bajas en emisiones y más sostenibles, surtirá efecto a partir del 1 de enero de 2023.

La entrada en vigor de esta disposición significa clasificar a la nuclear y al gas como energías que pueden contribuir a la lucha contra el cambio climático y, por tanto, merecedoras de una “etiqueta verde” que puede atraer inversiones multimillonarias en detrimento posiblemente de mayores inversiones en renovables.

Para evitar esto solo cabría la posibilidad de que se oponga el Consejo de la UE, aunque las posibilidades objetivas de que esto ocurra son más bien escasas dado el apoyo que necesitaría, lo que nos pone en una situación de clara desviación sobre la priorización de las renovables como única tecnología sostenible recomendable, aunque transitoriamente se pudieran admitir otras que no tienen porque disfrazarse de verdes para permitir su uso temporal como menos contaminantes.

La aludida propuesta del ejecutivo comunitario ha causado polémica desde el principio, y ha tenido que ser la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, quien embridara el asunto de su adopción a comienzos del año en curso, con una votación muy poco holgada en el colegio de comisarios con poca anterioridad a la invasión rusa de Ucrania.

Esta medida implica albergar las pretensiones de países como Francia, que reclamaba un reconocimiento expreso de la energía nuclear como fuente libre de emisiones de CO₂, y de Alemania, que pedía la inclusión del gas como fuente necesaria y menos contaminante para la transición hacia un sistema basado en las renovables.

Greenpeace ha manifestado su intención de llevar a la Comisión Europea a los tribunales

Desde ONGs como Greenpeace han manifestado su intención de llevar a la Comisión Europea a los tribunales “por adoptar una taxonomía que no cumple con los objetivos climáticos pactados en el Acuerdo de París”, según un comunicado de la European Climate Foundation. “El gas y la energía nuclear no son verdes, y etiquetarlos como tales es un flagrante caso de greenwashing’”, ha denunciado Ester Asin, directora de la oficina política de WWF. “¡Esto perjudica al clima y a las generaciones futuras!”.

Lo cierto es que la guerra y la crisis energética que han conllevado a la sazón la puesta de manifiesto la dependencia que tiene Europa de los combustibles de Moscú, y han resultado un fuerte incentivo en la votación de este miércoles. “Es una realidad que se necesitan infraestructuras alternativas de gas a las fuentes rusas y esto facilita la financiación”, reconoce el eurodiputado socialista Javi López, a pesar de que él, como la mayor parte de su partido, ha votado a favor de revertir la taxonomía, “porque eso no debiera pasar por calificarlas de verdes”.

A tenor de lo previamente dicho, no queda más remedio que ser críticos con estas medidas, por no ser ambientalmente sostenibles e ir en contra del espíritu de los tratados internacionales que cita el Reglamento (UE) 2020/852 del Parlamento Europeo y del Consejo de 18 de junio de 2020, relativo al establecimiento de un marco para facilitar las inversiones sostenibles y por el que se modifica el Reglamento (UE) 2019/2088), así como contra la resolución de la Asamblea de las Naciones Unidas de 25 de septiembre de 2015, por la que se adoptó un nuevo mundial de desarrollo sostenible de la Agenda 2030.

Hemos de ser enérgicos en este asunto, por la sencilla razón de que la energía nuclear y el gas no son energías verdes. La primera, además de los riesgos graves experimentados por accidentes o fallos de seguridad, genera unos residuos radiactivos tóxicos muy difíciles de tratar y de gestionar como carga para las generaciones venideras. La segunda es un combustible fósil, que además de gases contaminantes genera unas emisiones de dióxido de carbono que no son sostenibles y no encajan en la Agenda 2030 ni cumplen con los objetivos a los que aspira la UE.

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